Hace más o menos un año yo me había entretenido intentado besar varias veces a una chica en una parada de bus, sin conseguirlo ni una sola vez, y por eso llegaba más tarde de lo habitual a la casa donde vivía, sobre las doce de la noche. Me sorprendió no ver a Ju-Lin en la cocina separando DeuVeDes por colores para empaquetarlos en sobres plastificados (listos para su venta ilegal en algún mercadillo). Porque Ju-Lin, la mujer de Chan, se dedicaba a esta ardua tarea todas las noches, después de haberse chupado casi diez horas de tareas domésticas en el barrio de Chelsea, mientras su marido fumaba, bebía té verde y se fundía unas cuanatas libras en el casino por internet. Y es que ese día, hace más o menos un año, llegaba yo a la casa donde viví casi cinco meses con un matrimonio chino (más dos terroristas islámicos y dos finlandeses sin más) y noté que olía a comida china con más intensidad de lo habitual: allí habían cocinado para veinte personas, o más. Veinte chinos en mi cocina comían, bebían y reían. Ven aquí, ven, hay sitio para uno más, me dijo Chan en un inglés incomprensible, acompañado de unos gestos habituales en él y bastante clarificadores. Y yo entré. Allí, en aquella diminuta cocina, celebramos el nuevo año chino. Digo “celebramos” porque tras la ingesta de un licor extraño permanecí sentado en un rincón, surrealista de mí, más de dos horas, sin poder ni moverme, tiritando a veces y con alucinaciones todo el tiempo. Nos retiramos sobre las tres de la madrugada. Chan me proporcionó una pastillita verdosa que terminó con mi mal estar de una forma mágica; es natural, todo natural, me dijo él.
Al día siguiente me levanté envuelto en una nube de confusión, me parecía haber dormido mil horas. Chan me dijo que era normal que me sintiera raro, porque había empezado un nuevo año y mi cuerpo tenía que acostumbrarse. Mientras me contaba esto sacó una bolsa negra del congelador, estaba llena de pescado. Puso una madera enorme en el suelo, se puso de cuclillas y empezó a trocear el pescado con un cuchillo enorme. Era una escena insólita, saltaba el hielo y las raspas por doquier. Cogí mi cámara y lo gravé. Chan se reía de una forma vertiginosa y cada vez movía el cuchillo con más violencia, casi con ira. Decidí irme a pasear un rato.
Nunca me resultó muy apetecible la comida china, incluso algún día había ido con mi amiga Verónica a un restaurante chino en Madrid, que está cerca de la parada de metro de Mar de Cristal; pero después de vivir con Chan todo cambió: ahora odio esa comida con todas mis fuerzas.
La parte del Soho ocupada por el barrio chino se ha llenado de miles de adornos de colores. Hoy, coincidiendo con la nueva luna, comienza el Año del Perro.
Para mi ha empezado el año de la Perraca! Y la perraca va a traer mucha alegria a nuestro antro londinense, y adornos que pintaremos de muchos colooooores, tambien pintareeeeeemos el agua y el cielooooooooooooooooooo!!!
(todos)
Pintaaaar, pintaaaar...
Etc.
Esa mierda que te has enviado desde Holanda mola. Mola, mola. Hoy dormí como un bebé.