Levisto en bicicleta, atravesando coches en vinculación continua. Esquivaba intermitencias y giros a la izquierda con la misma facilidad que una abuela cose y remienda, sin ojos vivos solo con sus manos expertas en agujas y manillares.
Toma la segunda antes de Waterloo Station y desaparece por una calle triste, sin nombre conocido; se perdió a lo lejos su chaleco salvavidas verde reflectante.
Son las nueve menos cuarto de la mañana, me siento frente a la salita que guarda cautelosa una maquina fotocopiadora enorme, con brazos metálicos. Él sale sonriente de la salita, viste vaqueros y camisa verde-pistacho, es llamativa y todo eso que se puede decir de las camisas verde-pistacho, pero ni mucho menos reflectante como el chaleco.
Me mira y se dirige a mí:
-Te he visto hace media hora, pasé junto a ti mientras esperabas el autobús.
-¿De veras?
-Tú vives por el sur –afirmó rotundamente-. Lo sé.
-Sí, pero hoy vine andando, no cogí ningún autobús y hace más de una hora que he llegado.
¿Y cómo es esa fotocopiadora? y cómo era la mujer de si-es-ta. No tiene truco, faltan datos. ¿Y si estás mintiendo?